El cuerpo como testigo del trauma: cuando la herida se esconde tras el sexo

Hay dolores que se entierran tan hondo que uno deja de saber que están ahí. No se hablan. No se nombran. Se disfrazan de comportamientos. Se visten de deseo, de impulsos que uno cree propios… cuando en realidad son gritos de auxilio.

Durante años creí que estaba explorando mi sexualidad. Que lo que yo buscaba —relaciones de sumisión, encuentros donde me usaran, donde incluso pedía que invitaran a otros hombres sin mi consentimiento— era parte de quién yo era.

Pero con el tiempo, entendí que no era placer lo que perseguía.

Era silencio.

Era una forma de castigarme.

Era una manera de desaparecer.

Deseo o castigo: una línea difusa

Lo pedía yo. Lo buscaba yo. Nadie me obligaba.

Y sin embargo, después de cada encuentro, me sentía sucio. Derrotado. Como si me hubiera traicionado otra vez.

Tardé años en entender que lo que yo llamaba “libertad sexual” era muchas veces una forma de repetir una herida que nunca quise mirar. Que mi cuerpo estaba actuando por mí. Que mi deseo estaba contaminado por algo mucho más oscuro.

El día que me rompí

Hace algunos años, conocí a un chico en un bar. Me pareció guapo, encantador. Me invitó una copa. La acepté.

Lo siguiente que recuerdo es despertar completamente desnudo, desorientado y drogado en una sauna gay. No entendía dónde estaba ni qué me pasaba. Tenía alucinaciones. Me dolía todo. Sentía miedo, confusión, y un vacío enorme.

Logré llamar a un amigo. Me recogió y me llevó al hospital.

El resultado fue devastador: había sido drogado con sustancias que incluían metanfetamina inyectada, y violado por al menos seis personas.

Yo no lo recordaba. Pero mi cuerpo sí.

Mi cuerpo se había quedado con todo.

Cuando buscar ayuda también duele

A pesar de todo, decidí denunciar. Quise hacer lo correcto. Pedir justicia.

Pero lo que viví fue otra agresión.

El agente encargado de mi caso nunca me escuchó de verdad. Me miraba como si yo me lo hubiera buscado. Me juzgó desde el principio, con comentarios homófobos, con una actitud llena de desprecio. No investigó. Cerró el caso sin mover un dedo.

Fue como ser violado una segunda vez.

Y ahí entendí lo que muchas víctimas sienten: que no solo cargamos con la herida, sino con la culpa que otros nos imponen. Porque si eres gay, o si te gusta el sexo duro, o si no encajas en la idea tradicional de víctima… el sistema te invisibiliza.

Lo que no se habla se repite

No fui a terapia enseguida. Me lo tragué. Pensé que podía simplemente olvidarlo.

Pero el cuerpo no olvida.

Y sin darme cuenta, volví a los mismos patrones. Relaciones donde yo no importaba. Encuentros donde me dejaba usar. Momentos donde confundía el dolor con deseo. Donde pensaba que si no sentía nada, al menos no sufriría.

Y ahí comprendí que la sexualidad también puede ser un síntoma. Que no todo lo que excita es sano. Que a veces uno busca repetir lo que le hizo daño solo para tener el control de esa historia.

Decirlo por fin

Hoy, después de mucha terapia, de mucho trabajo interno, de caer muchas veces, puedo hablar. No desde el escándalo, sino desde la humanidad.

No escribo esto para provocar.

Lo escribo porque necesito ponerle palabras a lo que por años fue un grito silencioso. Porque tal vez tú, que estás leyendo esto, también hayas sentido algo parecido.

Tal vez también usaste tu cuerpo como campo de batalla. Tal vez también pensaste que lo merecías.

No lo merecías.

Y yo tampoco.

Si te has sentido así, no estás solo

Buscar ayuda me salvó la vida.

Aprendí a ver mi cuerpo con compasión, no con rabia.

A entender que la sumisión no es mala… pero que cuando nace del dolor, ya no es juego, es autodestrucción.

No fue fácil escribir esto. Pero lo hice porque estoy cansado del silencio.

Porque quiero dejar de esconderme.

Porque quiero respirar.

Si tú también necesitas hablar, este espacio está abierto para ti. Puedes escribirme a asof@respiraestasvivo.com

Aquí no se juzga. Aquí se respira. Aquí estamos vivos.

en_USEnglish
Scroll to Top